sábado, 30 de mayo de 2009

IDENTIDAD

Soy tu substancia incierta

en un alma inventa,

parte indiviscible de un cosmo coherente,

fragmento de esta masa irreverente

de corrientes ascendentes,

soy tu furia anatòmica

con decoro antropològico.

¿ viste la fusiòn de tiempo

en una mìnima particula vital?

¿notaste un corazòn que late

en una marcapaso conductor?

siente el reflejo consciente

de tu mèdula espinal

recuerda esa impresiòn retiniana

en tu lòbulo occipital.

Sin olvidar el intercambio de oxìgeno

en tu sangre en remociòn.

soy parte de un todo

en una conjuciòn perfecta

de una creaciòn universal

y soy parte de la nada

en cuanto tu mente

corteza exquisita

no me ha de registrar.

al final soy una mezcla

de elementos quìmicos

excelsamente combinados

a merced de una genètica selectica

producto de una noche

de lujuria paternal-

soy tu todo y a la vez tu nada

soy tu escencia personificada.

domingo, 10 de mayo de 2009

"PROTOTIPOS" Nico Gómez

ETERNAUTA

Hay un archivo traslúcido y dolido,
enredado entre tus lágrimas,
como herida reseca de memorias
y olvidos sin soportes, ni descargas.
Hay una ventana turbulenta en tu imagen,
cuando el crepúsculo infinito,
en sus bordes sombreados,
decide dejar caer su ultima línea.
Tu pupila cansina en la fibra distante
de tu óptico silencio,
configura mi alma entre tus ojos
para que puedan navegar mis soledades,
entre la noche inmensa
de este formato simbiótico
y los accesos restringidos de tu alma.
Es que entre tantas ventanas eternas,
es la salida de tu escape en diagrama,
la que me otorga la entrada
hacia ese párrafo sereno de tu vida.
Las hojas húmedas de tu melancolía y distancia,
son una inmensidad entre la numeración de mis días
y los versos interlineados que no logro cerrar.
Descifro tu tiempo y espacio, tan gigantes,
pero siempre el diseño de tu elemento
logra escapar entre los astros sin fuente,
y esos arcángeles de alas dolidas
que pugnan por imprimir
felicidad a tus ojos.
Entre mi noche inmensa y tu herida infinita.
Contra un muro de espacio cero,
y un tiempo de autoformas adormecidas,
es esa, tu herida enlagrimada en eternidades,
la que llora sales sobre la mía.
Cuando se unen nuestras alas
de pájaros arrinconados.
Como noche solitaria que espera.
(Entre las tabulaciones del tiempo,
y las columnas de la inmensidad.)
A la aurora.
Al alba.
A la vida.




CIBERNÉTICO

Un solsticio decodificado
navega despistado entre nosotros.
Y una alquimia simbiótica de interfases
busca la descarga que nos une.
Como una clave de humedades traslúcidas.
voy trepando nuestra trasmisión,
perdida entre esas tristezas
que nos monitorean el alma,
cual ángeles desconectados
de toda relación binaria.
A veces una señal de acceso
me tritura la conciencia,
entre servidores de piedra y carbono,
tal cual una mezcla desactivada de tiempo.
Hay una base de amor entre tus alas
con datos de todo tu estirpe;
una frecuencia mordida
de bloqueos inhóspitos
y niveles oscuros de una noche inmensa.
Yo, te orbito como satélite eclipsado
en tus redes de melancolías;
Mientras, tú, no programas mucho tus movimientos.
Sólo me transfieres tus lágrimas de arena y miel,
como descargando fases de caos y orden sinópticos.
Intentando, tal vez, apagarlo todo
y volver a la edad de piedra:
cuando nos conectamos por vez primera.
Como se conecta la noche al dia.
Cuando se muere.
Sin titubeos.
Con interfaces.
Entre secuencias.




ALGORITMO

Somos un código alterado
por las barras de esta turbulencia;
Una matriz húmeda de pájaros en vuelo,
como procesadores de soles cansados
y archivos rojizos de simbiotismo.
Tu eres esa Eva
que se convirtió en ave,
para volar lejos
de tu propio génesis,
y navegar sin memoria
entre un sistema crónico de heridas.
Yo soy ese Adán
que se convirtió en nada,
para ser esto llamado hombre
entre las agonías de este algoritmo.
Un Apocalipsis cibernético nos persigue;
una desencriptación
(hambriento de almas
con alas de arcángeles heridos),
nos acecha.
Su rostro sin rostro
es una mueca fantasma
y eléctrica de herrumbres.
Junto a un racimo armagedónico de ojos.
Adormecido. Desatinado.
Contra los soles que nos consumen,
voy a dejar caer mi piel consumida
por esa vorágine que viene devorando
nuestro horizonte codificado.
Y entre las ausencias
que te provoca tu herida,
mordida de mensajes pixélicos,
voy a levantar mi propio génesis
cargado de todo desatino apocalíptico,
para llover por donde pasa tu silencio,
y se despierta la noche
cuando se muere la tarde,
entre el ancho crepúsculo
y los pájaros tristes
que la sostienen.



Nicolás Gómez (Formosa)

Grupo Literario “Alquímico”

sábado, 2 de mayo de 2009

La casa de los muñecos




“Ya lejos, ya alejado, ya magníficamente alejado
mirarás la redondez del ojo de buey el color sin
olor del azul tan cambiante, mar mirarás y te verás
y te prometerás el retorno o la ausencia perfecta
del retorno…”
(Caparrós)



Fue en la noche de relámpagos cuando con los duendes guardianes del patio, desconsolados entre los tallos de menta mirábamos el espectáculo de luces. Yo estaba más harto de versos que cualquiera, colmado de melodías que no me dejaban dormir.
Asfixiado por esa melancolía indefinible que es la poesía y ante la mirada petrificada de los gnomos decidí rebosar mi casa de autómatas: muñequitos de porcelana fría, máscaras de arcilla, marionetas de trapos viejos, ninfas talladas en piedra, arlequines de madera, títeres de peana. Los flashes de la tormenta revelaban una concurrencia cada vez más híbrida por mi presidida. La alegría efímera de la compañía, aunque sea falsa, crecía como el murmullo de la tormenta que sucedía.
Fue la mejor fiesta que pude haber dado jamás. La celebración de los cuerpos creados me arrancaba hilos de sangre en los ojos, me abría una sonrisa irreal. Observaban a su padre fantoche todos los muñecos.
-Abrácense en ronda y canten- gritaba regocijado a cada cincelazo y los muñecos tiritaban a mi alrededor en fervor dionisíaco mientras los rayos latigaban la noche.
Me encontró la mañana tranquila entre maniquíes y cordeles, entre virutas y pelucas de colores, desparramado con una inconsciencia símil a la más infalible de las resacas. Los autómatas estaban ahí para testimoniar lo sucedido sonriendo en cada rincón de la casa. Había creado un muñeco para cada lugar, cada esquina, cada cajón, cada espacio no habitado. Sentado en el centro de la habitación estudié minucioso sus ubicaciones. Conforme los iba descubriendo encontraba en ellos alguna facción o rasgo físico mío, sobre todo en sus rostros; algunos con las cejas unidas, otros con la mirada severa, esa que en mi ha repelido a todo aquel al que desperté alguna vez curiosidad, y todos con la sonrisa entre irónica y maliciosa como la que en mi boca no puede ser de otro modo, aunque así lo quisiere.
Pero de todos sus rasgos sobresalientes, caricaturescos, era la mirada profunda, abismal que puse en todos ellos lo que más pesaba, lo que hizo su compañía intolerable. Hube de imprimir en ellos alguna maldad manifiesta en algún intersticio en mi olvidado que me volvió como un reflejo contundente. Sus gestos se volvieron burlones. Mis propios hijos artificiales me amenazaban con ojos punzantes desde todos los rincones.
A pocos días la convivencia se volvió insoportable. Me volví perseguido. Desconfié de todas las miradas. Tuve miedo de abrir las puertas, de bajar las piernas de la cama. Era absurdo reclamarles un lugar ya que sus derechos fueron por mi concedidos. Mi hogar antes solitario, hasta el más pequeño de sus lugares, paso a pertenecer a los muñecos.
Los he concebido a cambio de un pequeño tiempo de compañía. Volver a la soledad siempre fue inevitable porque era lo que traía conmigo, dentro de mí, era lo que sus ojos me devolvían. Ya no había lugar para mí en la casa.
Como homenaje a su llegada y a mi despedida, la noche de mi partida se lleno de relámpagos, metaforizando certeramente
mis momentos felices así de iluminados, hermosos y fugaces. Los duendes guardianes del patio inalterables me decían adiós
entre los tallos de menta con una mirada soberbia y valiente. Yo me alejé decidido. No hubiera podido reclamarles nada a los muñecos, al fin y al cabo, yo sólo los había creado.



de Los payasos del fumador

Fernando Acosta (Formosa)